Así han acabado 100 superdotados
Tener una inteligencia muy por encima de la media no significa dinero ni triunfo social. «Crónica» lo ha comprobado de manera directa siguiendo la pista a un centenar de ellos. Malpagados, muchos acaban haciéndose el tonto
PACO REGO
Perdona el retraso». La mujer del anuncio -chaqueta y falda rosa y zapatos a juego- se disculpa por la ventanilla del coche. Cuesta reconocerla. A primera vista poco se parece a la que sale en el periódico. No va en su contra. Gana en persona. «¿Esto nos llevará mucho tiempo?», pregunta, acelerada, por la entrevista. Aún no hemos recorrido los escasos 500 metros que separan la sede de EL MUNDO del aparcamiento más cercano, y el móvil de Mercedes no para de sonar. Tres mensajes más en el buzón y otras tantas llamadas perdidas.
-¿Buenas noticias?
-No. Hay bastante cara dura. Ya sólo falta que me ofrezcan un party line de telefonista. No son todos. También llama gente seria, que quiere ayudar.
«Superdotada, víctima de mobbing, busca trabajo», reza el anuncio. Media página en un diario nacional. 10.000 euros que le costó. Mercedes Gil García, cuarenta y tantos años, ingeniera superior agrónoma, experta en informática y programación, 23 masters, cuatro idiomas... ¡160 de cociente intelectual! Un prodigio. Y en paro.
Nunca antes un superdotado había dado la cara de esta manera. «Nosotros también tenemos que salir del armario», bromea ella.
No está sola. En Casar de Cáceres, una pequeña localidad situada a 10 kilómetros de la antigua capital extremeña, pocos de sus 4.800 habitantes saben que Soledad, la cajera, que cobra los yogures, el pan o las conservas en un autoservicio, es superdotada. 600 euros de sueldo al mes. Ni siquiera milieurista. Y eso que Soledad Andrada, ingeniera industrial de 37 años, goza de un cerebro brillante (148 de cociente intelectual, CI). Dos puntos más tiene Luis Angel, 33 años, condenado a poner copas en un bar de Barcelona. Es aparejador y apenas saca para llegar a fin de mes. O el conserje de edificio Mario, 44 años, 155 de CI, los mismos que el conductor de taxis madrileño Jesús... Todos ellos mentes prodigiosas con empleos que podría sacar adelante con solvencia hasta el más tonto de la clase.
¿Mala suerte? Ni los superdotados ni nadie se lo cree. ¿La excepción que confirma la regla? Tampoco. El eco de las asociaciones (30 en todo el país), que desde hace décadas claman en el desierto, asoma una realidad preñada de fracasos y depresiones. «Llevamos años oyendo de los problemas de los niños y adolescentes superdotados, de las burlas e incomprensión que padecen en la escuela, pero nadie se pregunta qué ocurre cuando nos hacemos mayores. Unos sufren en el trabajo porque no se adaptan. Otros porque sus jefes no toleran que sean brillantes. Y se queman. Se pierden para siempre», lamenta la presidenta de la Asociación Española para Superdotados y con Talento (www.aest.es), Alicia Rodríguez. Como si aquí estuviéramos sobrados de cerebros.
Mensa -el mayor club de superdotados del mundo, con 1.245 socios en España, 110.000 repartidos por 100 países, entre cuyos miembros figuran Quentin Tarantino, Sharon Stone o el general que condujo la primera guerra del Golfo, Norman Schwarzkopf, todos con un CI superior a 140, cuando el normal está entre 90 y 100- estima en 800.000 el número de españoles superdotados, sumando niños, adolescentes y mayores.
Crónica ha querido escuchar su voz, y ha hecho una encuesta (recuadro en la otra página) entre 100 de ellos en edad de trabajar. Conclusión: se sienten marginados. Y, un hecho objetivo, en gran parte mal pagados. Entre el centenar de lumbreras encontramos hasta un matemático de 35 años, con 160 de CI -sacó la carrera en sólo tres cursos- y que hoy sobrevive con los 1.050 euros que le reporta la venta de seguros de hogar puerta a puerta. Un auxiliar administrativo de 26 años, químico de formación con un CI de 145, cuyo sueldo mensual no sobrepasa los 650 euros netos. O un ingeniero de electrónica, con 10 puntos más de inteligencia, que a sus 33 años cobra 1.080 como analista de sistemas.
La nómina, por baja que sea, no es motivo único por el que muchos superdotados terminan perdiendo la fe en sus extraordinarias capacidades mentales. Su virtud y su cruz. Los hay, como Mercedes, la mujer del anuncio, que se ven forzados al paro. Otros, con la autoestima rota, acaban convirtiéndose en carne de psicoanalista. Marginados. Con las heridas del acoso laboral sin cicatrizar. El 95% de quienes lo sufren cae en la depresión o llega incluso al intento de suicidio.
Mercedes Gil no. Para ella, bregada en el competitivo mundo de la alta empresa, la palabra imposible no existe. O eso pensaba ella. «Hasta que ya no pude aguantar más las vejaciones». Porque pese a disponer de unas cualidades mentales que rozan la genialidad -o tal vez por ellas-, a Mercedes no le resulta fácil encontrar trabajo. Del último, una inmobiliaria cuyo nombre prefiere omitir, tuvo que irse obligada, dejando atrás la amarga experiencia del mobbing.
-¿Envidia, quizás?
-Peor aún. Si demuestras una y otra vez que eres capaz de encontrar soluciones nuevas a los problemas, y además tu cerebro lo hace con rapidez, te crujen. Son muy pocos los que consienten tener a su lado a alguien más inteligente. Empiezan a verte como un peligro serio para sus intereses. El talento no interesa. No vende. De hecho, es un obstáculo importante no sólo para conseguir un empleo sino para mantenerlo.
Fueron las ansias de medrar de algunos, las que convirtieron a la flamante ejecutiva en diana preferida de compañeros y jefes. De buenas a primeras, cuenta Mercedes, nada de lo que ella hiciera estaba bien. «Me vi sola, desplazada... Todo se hacía a mis espaldas. Querían que me sintiera una inútil. Y eso que había logrado, en tiempo récord, multiplicar por cuatro los resultados de la empresa. Fue tanto el acoso a mi alrededor que llegué incluso a desconfiar de empleados que yo tenía por honestos. Temía que alguno fuera a hacerme una mala jugada con las cuentas... Un calvario».
PASAR DESAPERCIBIDO
Javier Achirica, presidente de Mensa en España, lo ha visto en carne ajena. «No conozco a nadie que haya sido contratado por decir que es superdotado. Y sí de varios que han sido rechazados por decirlo». ¿Pudor? ¿Miedo? «Tal vez por precaución», dicta la experiencia del ingeniero de telecomunicaciones Nicolás Lozoya, 33 años y en paro. Y añade: «En el mundo laboral, ser superdotado [él tiene 160 de CI] está mal visto. Eres un raro. Aunque, con el tiempo, aprendes a hacerte el tonto. Es una de las ventajas si eres más inteligente; al contrario, es imposible. De modo que si quieres sobrevivir, pasa desapercibido. Ni se te ocurra pensar, que para eso está el jefe. Haz caso al maestro aunque sea un burro». Y así lo hizo.
Llevaba tres meses en la empresa y, aunque la rutina del trabajo le aburría cada vez más -«pasaba gran parte de mi tiempo abstraído pero a la vez atento a todo lo que ocurría a mi alrededor», otra de las características de los superdotados-, las cosas le iban razonablemente bien a Nicolás. Hasta que descubrió lo que para él eran «puntos débiles» en un proyecto de telecomunicaciones. «Le puse un e-mail a mi jefe explicándole cómo se podría hacer el trabajo de un forma más eficiente. Aquello seguía igual. Insistí y al poco tiempo, sin saber aún hoy los motivos reales, me echaron de la compañía. Por eso digo que en estos casos lo mejor es pasar desapercibido».
Nadie sabe de qué depende que surja un prodigio, un genio o un talento especial. Recetas no faltan. «El cerebro es como una máquina de acuñar monedas. Si echas en ella un metal impuro, obtendrás escoria. Si echas oro, obtendrás moneda de ley». Carmen Sanz ha hecho suyas las palabras del Nobel Ramón y Cajal. Y como madre superdotada que es -tiene 168 de CI- la ex ejecutiva de Telefónica, licenciada en Físicas, ha debido de poner oro en la mente de Ana y Daniel. Como ella, sus dos hijos gozan de un talento superior al de la mayoría.
Aún no había cumplido 10 años, y el pequeño Dani -«vago e introvertido como pocos», recuerda su madre- ya programaba páginas web con soltura igual a la de un experto en internet. Al tiempo que su hermana, seis años mayor, se enfrascaba en la lectura de libros que hablaban de las fuentes de la vida o sobre física cuántica, una de las aficiones preferidas de mamá. ¿Raro? «En absoluto», dice Carmen, fundadora de El mundo del superdotado (www.elmundodelsuperdotado.com), una ONG de ayuda, sobre todo emocional, el talón de Aquiles de las personas con talento. «Se ha comprobado con hijos adoptados y biológicos que los genes influyen un 80% en la inteligencia».
ETERNA PREGUNTA
La historia de los Sanz, clase media acomodada, retrata a la perfección la controversia que neurólogos, sociólogos y psiquiatras vienen manteniendo acerca del origen de las llamadas mentes prodigiosas. ¿Estaban Ana y Daniel predispuestos genéticamente para ser superdotados? ¿Les ha influido el entorno? Para la psicóloga malagueña Marisol Gómez Ruiz, especializada en superdotados, probablemente la verdad no se encuentre en ninguno de los dos extremos.
«Yo diría que la parte biológica y la cultural influyen al 50%, aunque en este caso importa más la calidad del cerebro que la cantidad. De hecho, una persona con un talento superior al de la media tiene, de nacimiento, más conexiones neuronales en su cabeza. Otra cosa es que sea capaz de sacarle partido. El superdotado, por maravillosa que sea la arquitectura de su cerebro, si no la modela con la experiencia personal, puede dejar de serlo en poco tiempo».
Un fracaso que a menudo se incuba en edad temprana. Más de la mitad de los superdotados de la ESO suspenden o sacan notas mediocres, asegura un estudio de la Universidad Complutense de Madrid, y muchos adultos dejan el trabajo porque les aburre o son rechazados por ir por delante de los demás. Y no siempre resulta fácil sobrevivir.
Nicolás tuvo que aprender. «En las primeras empresas yo me comportaba dándolo todo. Hasta que me di cuenta de que la clave para no hundirte está en fijarte en los demás, ver cómo se comportan e intentar ponerte a su misma altura en todos los sentidos. Nunca destacar. De lo contrario, sólo tienes dos opciones: o lo dejas o haces que te despidan. Es nuestra cruz».
La de Mercedes, la mujer de los 23 masters, sigue en pie desde hace dos meses, cuando decidió poner punto y final a su calvario laboral. Ahora camina por otro no menos cruel, el del paro. Aunque no pierde la esperanza. «No soy mejor que nadie, ni peor que nadie. Soy lo que soy», dice. «Superdotada, víctima de mobbing, busca trabajo».
tomado de elmundo.es
Tener una inteligencia muy por encima de la media no significa dinero ni triunfo social. «Crónica» lo ha comprobado de manera directa siguiendo la pista a un centenar de ellos. Malpagados, muchos acaban haciéndose el tonto
PACO REGO
Perdona el retraso». La mujer del anuncio -chaqueta y falda rosa y zapatos a juego- se disculpa por la ventanilla del coche. Cuesta reconocerla. A primera vista poco se parece a la que sale en el periódico. No va en su contra. Gana en persona. «¿Esto nos llevará mucho tiempo?», pregunta, acelerada, por la entrevista. Aún no hemos recorrido los escasos 500 metros que separan la sede de EL MUNDO del aparcamiento más cercano, y el móvil de Mercedes no para de sonar. Tres mensajes más en el buzón y otras tantas llamadas perdidas.
-¿Buenas noticias?
-No. Hay bastante cara dura. Ya sólo falta que me ofrezcan un party line de telefonista. No son todos. También llama gente seria, que quiere ayudar.
«Superdotada, víctima de mobbing, busca trabajo», reza el anuncio. Media página en un diario nacional. 10.000 euros que le costó. Mercedes Gil García, cuarenta y tantos años, ingeniera superior agrónoma, experta en informática y programación, 23 masters, cuatro idiomas... ¡160 de cociente intelectual! Un prodigio. Y en paro.
Nunca antes un superdotado había dado la cara de esta manera. «Nosotros también tenemos que salir del armario», bromea ella.
No está sola. En Casar de Cáceres, una pequeña localidad situada a 10 kilómetros de la antigua capital extremeña, pocos de sus 4.800 habitantes saben que Soledad, la cajera, que cobra los yogures, el pan o las conservas en un autoservicio, es superdotada. 600 euros de sueldo al mes. Ni siquiera milieurista. Y eso que Soledad Andrada, ingeniera industrial de 37 años, goza de un cerebro brillante (148 de cociente intelectual, CI). Dos puntos más tiene Luis Angel, 33 años, condenado a poner copas en un bar de Barcelona. Es aparejador y apenas saca para llegar a fin de mes. O el conserje de edificio Mario, 44 años, 155 de CI, los mismos que el conductor de taxis madrileño Jesús... Todos ellos mentes prodigiosas con empleos que podría sacar adelante con solvencia hasta el más tonto de la clase.
¿Mala suerte? Ni los superdotados ni nadie se lo cree. ¿La excepción que confirma la regla? Tampoco. El eco de las asociaciones (30 en todo el país), que desde hace décadas claman en el desierto, asoma una realidad preñada de fracasos y depresiones. «Llevamos años oyendo de los problemas de los niños y adolescentes superdotados, de las burlas e incomprensión que padecen en la escuela, pero nadie se pregunta qué ocurre cuando nos hacemos mayores. Unos sufren en el trabajo porque no se adaptan. Otros porque sus jefes no toleran que sean brillantes. Y se queman. Se pierden para siempre», lamenta la presidenta de la Asociación Española para Superdotados y con Talento (www.aest.es), Alicia Rodríguez. Como si aquí estuviéramos sobrados de cerebros.
Mensa -el mayor club de superdotados del mundo, con 1.245 socios en España, 110.000 repartidos por 100 países, entre cuyos miembros figuran Quentin Tarantino, Sharon Stone o el general que condujo la primera guerra del Golfo, Norman Schwarzkopf, todos con un CI superior a 140, cuando el normal está entre 90 y 100- estima en 800.000 el número de españoles superdotados, sumando niños, adolescentes y mayores.
Crónica ha querido escuchar su voz, y ha hecho una encuesta (recuadro en la otra página) entre 100 de ellos en edad de trabajar. Conclusión: se sienten marginados. Y, un hecho objetivo, en gran parte mal pagados. Entre el centenar de lumbreras encontramos hasta un matemático de 35 años, con 160 de CI -sacó la carrera en sólo tres cursos- y que hoy sobrevive con los 1.050 euros que le reporta la venta de seguros de hogar puerta a puerta. Un auxiliar administrativo de 26 años, químico de formación con un CI de 145, cuyo sueldo mensual no sobrepasa los 650 euros netos. O un ingeniero de electrónica, con 10 puntos más de inteligencia, que a sus 33 años cobra 1.080 como analista de sistemas.
La nómina, por baja que sea, no es motivo único por el que muchos superdotados terminan perdiendo la fe en sus extraordinarias capacidades mentales. Su virtud y su cruz. Los hay, como Mercedes, la mujer del anuncio, que se ven forzados al paro. Otros, con la autoestima rota, acaban convirtiéndose en carne de psicoanalista. Marginados. Con las heridas del acoso laboral sin cicatrizar. El 95% de quienes lo sufren cae en la depresión o llega incluso al intento de suicidio.
Mercedes Gil no. Para ella, bregada en el competitivo mundo de la alta empresa, la palabra imposible no existe. O eso pensaba ella. «Hasta que ya no pude aguantar más las vejaciones». Porque pese a disponer de unas cualidades mentales que rozan la genialidad -o tal vez por ellas-, a Mercedes no le resulta fácil encontrar trabajo. Del último, una inmobiliaria cuyo nombre prefiere omitir, tuvo que irse obligada, dejando atrás la amarga experiencia del mobbing.
-¿Envidia, quizás?
-Peor aún. Si demuestras una y otra vez que eres capaz de encontrar soluciones nuevas a los problemas, y además tu cerebro lo hace con rapidez, te crujen. Son muy pocos los que consienten tener a su lado a alguien más inteligente. Empiezan a verte como un peligro serio para sus intereses. El talento no interesa. No vende. De hecho, es un obstáculo importante no sólo para conseguir un empleo sino para mantenerlo.
Fueron las ansias de medrar de algunos, las que convirtieron a la flamante ejecutiva en diana preferida de compañeros y jefes. De buenas a primeras, cuenta Mercedes, nada de lo que ella hiciera estaba bien. «Me vi sola, desplazada... Todo se hacía a mis espaldas. Querían que me sintiera una inútil. Y eso que había logrado, en tiempo récord, multiplicar por cuatro los resultados de la empresa. Fue tanto el acoso a mi alrededor que llegué incluso a desconfiar de empleados que yo tenía por honestos. Temía que alguno fuera a hacerme una mala jugada con las cuentas... Un calvario».
PASAR DESAPERCIBIDO
Javier Achirica, presidente de Mensa en España, lo ha visto en carne ajena. «No conozco a nadie que haya sido contratado por decir que es superdotado. Y sí de varios que han sido rechazados por decirlo». ¿Pudor? ¿Miedo? «Tal vez por precaución», dicta la experiencia del ingeniero de telecomunicaciones Nicolás Lozoya, 33 años y en paro. Y añade: «En el mundo laboral, ser superdotado [él tiene 160 de CI] está mal visto. Eres un raro. Aunque, con el tiempo, aprendes a hacerte el tonto. Es una de las ventajas si eres más inteligente; al contrario, es imposible. De modo que si quieres sobrevivir, pasa desapercibido. Ni se te ocurra pensar, que para eso está el jefe. Haz caso al maestro aunque sea un burro». Y así lo hizo.
Llevaba tres meses en la empresa y, aunque la rutina del trabajo le aburría cada vez más -«pasaba gran parte de mi tiempo abstraído pero a la vez atento a todo lo que ocurría a mi alrededor», otra de las características de los superdotados-, las cosas le iban razonablemente bien a Nicolás. Hasta que descubrió lo que para él eran «puntos débiles» en un proyecto de telecomunicaciones. «Le puse un e-mail a mi jefe explicándole cómo se podría hacer el trabajo de un forma más eficiente. Aquello seguía igual. Insistí y al poco tiempo, sin saber aún hoy los motivos reales, me echaron de la compañía. Por eso digo que en estos casos lo mejor es pasar desapercibido».
Nadie sabe de qué depende que surja un prodigio, un genio o un talento especial. Recetas no faltan. «El cerebro es como una máquina de acuñar monedas. Si echas en ella un metal impuro, obtendrás escoria. Si echas oro, obtendrás moneda de ley». Carmen Sanz ha hecho suyas las palabras del Nobel Ramón y Cajal. Y como madre superdotada que es -tiene 168 de CI- la ex ejecutiva de Telefónica, licenciada en Físicas, ha debido de poner oro en la mente de Ana y Daniel. Como ella, sus dos hijos gozan de un talento superior al de la mayoría.
Aún no había cumplido 10 años, y el pequeño Dani -«vago e introvertido como pocos», recuerda su madre- ya programaba páginas web con soltura igual a la de un experto en internet. Al tiempo que su hermana, seis años mayor, se enfrascaba en la lectura de libros que hablaban de las fuentes de la vida o sobre física cuántica, una de las aficiones preferidas de mamá. ¿Raro? «En absoluto», dice Carmen, fundadora de El mundo del superdotado (www.elmundodelsuperdotado.com), una ONG de ayuda, sobre todo emocional, el talón de Aquiles de las personas con talento. «Se ha comprobado con hijos adoptados y biológicos que los genes influyen un 80% en la inteligencia».
ETERNA PREGUNTA
La historia de los Sanz, clase media acomodada, retrata a la perfección la controversia que neurólogos, sociólogos y psiquiatras vienen manteniendo acerca del origen de las llamadas mentes prodigiosas. ¿Estaban Ana y Daniel predispuestos genéticamente para ser superdotados? ¿Les ha influido el entorno? Para la psicóloga malagueña Marisol Gómez Ruiz, especializada en superdotados, probablemente la verdad no se encuentre en ninguno de los dos extremos.
«Yo diría que la parte biológica y la cultural influyen al 50%, aunque en este caso importa más la calidad del cerebro que la cantidad. De hecho, una persona con un talento superior al de la media tiene, de nacimiento, más conexiones neuronales en su cabeza. Otra cosa es que sea capaz de sacarle partido. El superdotado, por maravillosa que sea la arquitectura de su cerebro, si no la modela con la experiencia personal, puede dejar de serlo en poco tiempo».
Un fracaso que a menudo se incuba en edad temprana. Más de la mitad de los superdotados de la ESO suspenden o sacan notas mediocres, asegura un estudio de la Universidad Complutense de Madrid, y muchos adultos dejan el trabajo porque les aburre o son rechazados por ir por delante de los demás. Y no siempre resulta fácil sobrevivir.
Nicolás tuvo que aprender. «En las primeras empresas yo me comportaba dándolo todo. Hasta que me di cuenta de que la clave para no hundirte está en fijarte en los demás, ver cómo se comportan e intentar ponerte a su misma altura en todos los sentidos. Nunca destacar. De lo contrario, sólo tienes dos opciones: o lo dejas o haces que te despidan. Es nuestra cruz».
La de Mercedes, la mujer de los 23 masters, sigue en pie desde hace dos meses, cuando decidió poner punto y final a su calvario laboral. Ahora camina por otro no menos cruel, el del paro. Aunque no pierde la esperanza. «No soy mejor que nadie, ni peor que nadie. Soy lo que soy», dice. «Superdotada, víctima de mobbing, busca trabajo».
tomado de elmundo.es
1 comentario:
No debería leer esto... Es retorcidamente maquiavélico. Entre, mire y ya me contará:http://www.personal.able.es/cm.perez/Manual_y_espejo_de_cortesanos.pdf
Mas sobre temas de estrategia de oriente y occidente, seducción, persuasión, manipulación y trucos psicológicos en
http://www.personal.able.es/cm.perez/
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