"Encontré un collar en un basurero, lo vendí y me construí una casa"
La clausura del vertedero más grande de América Latina en 2012 fue extensamente elogiada.
Pero poco más de dos años después, muchos de los recolectores de basura que trabajaban allí lamentan que el sitio ya no exista. Y se han vuelto aún más pobres.
Más de 2.000 de los llamados "buscadores de tesoros" solían rastrear las montañas de basura de Gramacho, un basurero en las afueras de Río de Janerio.
Los recolectores –o catadores– tamizaban toneladas de desperdicios en busca de materiales reciclables que puedan vender. Y a veces, literalmente, encuentran oro.
Un día Cleonice Bento vio algo particularmente brillante entre desperdicios de alimentos descompuestos y botellas de plástico.
"Encontré un collar de oro portugués, lo vendí y me construí una casa de dos pisos", recuerda.
Y dice que incluso le quedó dinero para tomarse un descanso de un mes sin recoger basura.
Geraldo Oliveira, de 63 años, conocido como Brizola, descubrió un cofre de tesoros de distinto tipo.
Encajado dentro de un tubo entre la basura encontró US$12.000. Después US$9.000 más.
"Me asusté", recuerda. "Así que tomé un billete de US$100, escondió el resto, y fue a una casa de cambio para ver si era un billete genuino. Y ¡sí, era!".
"El vertedero era una madre que nos proveía todo".
Energía verde
Cleonice y Geraldo son sólo dos de los miles de catadores que perdieron sus empleos de la noche a la mañana en 2012 cuando el basurero de Gramacho fue clausurado semanas antes de la Cumbre Ambiental de la ONU en Río.
La medida fue bienvenida por ambientalistas, políticos e incluso la mayoría de los catadores que, a pesar de los temores sobre el futuro, estuvieron de acuerdo en que el trabajo era peligroso e inhumano.
Hoy la puerta del antiguo vertedero está cerrada. El gas metano producido tras 35 años de verter basura ahora abastece de energía verde a una refinería cercana.
Los recolectores no fueron totalmente abandonados. Recibieron compensación y la promesa de nuevas instalaciones de reciclado junto al antiguo sitio.
El Centro de Reciclaje de Gramacho es el primero en su tipo en Brasil y emplea a exrecolectores de basura que ahora trabajan en mejores condiciones con horarios y salarios regulares.
"Ahora tenemos una cafetería, baño y cocina. Estamos más cómodos y seguros", dice Cleonice, de 62 años.
Pero los antiguos catadores ganan sólo una fracción de lo que ganaban en el viejo vertedero.
Mina de oro
Cleonice afirma que ahora gana US$190 al mes, la tercera parte de lo que obtenía antes.
"El vertedero era una mina de oro", señala Dione Manetti, uno de los asesores que desde hace 20 años ha estado trabajando con el recolectores de basura en todo Brasil.
En ocasiones los recolectores de Gramacho podían obtener US$1.500 al mes, explica.
Nadie creía que el vertedero era un paraíso. Es común escuchar los sentimientos mezclados, y a veces contradictorios, de los recolectores.
Era común ver accidentes graves, enfermedades e incluso muertes. Y fuera del basurero los catadores se enfrentaban al estigma y la discriminación de la sociedad.
"Manejar la basura no era difícil. Lo difícil era no convertirse en basura", señala Gloria Cristina dos Santos que ahora es la coordinadora del centro de reciclaje.
"Nunca la dije a nadie en la escuela que yo venía del vertedero. Nunca hice amigos porque me sentía avergonzada y por mucho tiempo no pude mirarme en el espejo", añade.
Biblioteca
Gloria comenzó a trabajar allí cuando tenía 11 años.
"Entonces todos los desechos hospitalarios se mezclaban con los desechos domésticos, así que había mucha sangre, fetos, cadáveres, animales", recuerda. "Era muy peligroso".
Una vez se paró en una aguja y no pudo trabajar por seis meses. Cuando tenía 15 quedó enterrada bajo una montaña de basura y sobrevivió gracias a que sus amigos la encontraron.
Un año más tarde quedó embarazada. Después sufrió depresión posnatal y trató de suicidarse.
Pero el mismo vertedero que le causaba tanto dolor también fue su salvación: en la forma del escritor ruso Fyodor Dostoyevsky.
Con los años Gloria ha logrado crear una pequeña biblioteca con libros salvados del vertedero. Y atribuye a Dostoyevsky –un pasaje de "Los Hermanos Karamazov"– el haberle enseñado cómo querer a su hija.
"Nunca recibí un tratamiento. Fueron los libros los que me ayudaron, me salvaron".
"Esa fue mi forma de vivir otras vidas, de viajar. Era una lectora compulsiva, podría leer cuatro o cinco libros a la semana y en medio de esa vida tan dura me estimularon los libros".
Activismo
El hermano de Gloria, Tiao, que también se inspiró con los libros, se convirtió eventualmente en líder de los catadores y fundó la primera asociación de recolectores de basura en Brasil hace diez años.
Y gracias a este activismo los catadores lograron la promesa del gobierno de proporcionar nuevas instalaciones de reciclado.
Pero la nueva planta sólo ha cumplido parte del sueño. Para comenzar no hay suficiente material para reciclar.
Antes los recolectores podían seleccionar entre los desechos y elegir productos para venta. La nueva planta depende de compañías dispuestas a donar cartón, papel, aluminio, vidrio o plástico.
Aunque 10.000 toneladas de desperdicios domésticos mezclados son enviados al nuevo vertedero cada día, la basura queda sellada con tierra y cubierta con césped. Y no se permite la entrada a los catadores.
Y debido a la falta de material para reciclar los planes de expansión están suspendidos.
Actualmente sólo están empleadas 50 de las 2.000 personas que llegaron a trabajar en el vertedero. El resto ha tenido que encontrar otras formas de ganarse la vida.
"Es frustrante pero no minimiza el tamaño de nuestro logro", asegura Gloria. "Conseguimos que el gobierno nos viera y se hiciera responsable de nosotros".
"Nadie te dirá que extraña trabajar allí pero todos dicen que extrañan la camaradería que teníamos, porque eventualmente sentimos que nosotros, los catadores, nos enfrentamos al resto del mundo".
Atmósfera
Recrear esa misma atmósfera es parte de su visión para la nueva planta de reciclado.
"Queremos recuperar esa esencia. Realmente creemos que lo lograremos. Es mi objetivo en la vida, mi sueño", cuenta.
Brizola fue el último catador que dejó el vertedero: "Me quedé hasta el final. Tuve que ver el fin. Y realmente lo extraño. No sólo debido al dinero sino a la amistad".
En un pequeño cajón junto a su televisión guarda una pequeña bolsa de plástico con un contenido valioso.
"Es tierra del vertedero. Lleva amor... y cuando muera será enterrada conmigo".
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